Recuerdo haber visitado Rumanía,
Checoslovaquia y Hungría unos años después de la caída del muro. Y recuerdo
haber visto muchas aceras descuidadas, plazas abandonadas y calles con
adoquines levantados, papeleras derrengadas, inmuebles sin uso, empresas
cerradas. Muchas persianas bajadas, coches abandonados, andamios en algunos
bloques de pisos sin que nadie trabajara en ellos. Las barrenderas rumanas -que
no barrenderos- usaban un curioso carrito que era algo así como un tonel de
petróleo con unas ruedas gigantescas. Casi no había papeleras que vaciar aunque
la población no arrojaba cosas al suelo. Su escoba era digna de cualquier bruja
de cuento de hadas. Había en los barrios niños que corrían desnudos. Sus pieles
estaban llenas de roales, como de goterones. Nadie les hacía caso. Ni siquiera
pedían.
En España estábamos en eso que se llamaba "la senda del crecimiento". Derrochábamos dinero a raudales, construíamos aeropuertos inútiles, celebrábamos acontecimientos deportivos carísimos. Nuestros líderes se vanagloriaban en el extranjero del milagro español. Sonreían a cámara con sonrisa profident. Éramos la perla de Europa y todo el mundo nos tenía envidia. Alguno llegó a decir que en un par de años adelantaríamos a Alemania.
Estamos en el año 2013. Han pasado al menos cinco años de crisis y el paisaje que vi en aquellos países llamados del este lo he visto ya en unos cuantos lugares de España. Forma parte de nuestras vidas, empieza a ser lo común y debería hacernos reflexionar un poco.
Fotografía de Rumanía: Wikipedia
No hay comentarios:
Publicar un comentario