lunes, 26 de agosto de 2013

DIARIO I





Recuerdo haber visitado Rumanía, Checoslovaquia y Hungría unos años después de la caída del muro. Y recuerdo haber visto muchas aceras descuidadas, plazas abandonadas y calles con adoquines levantados, papeleras derrengadas, inmuebles sin uso, empresas cerradas. Muchas persianas bajadas, coches abandonados, andamios en algunos bloques de pisos sin que nadie trabajara en ellos. Las barrenderas rumanas -que no barrenderos- usaban un curioso carrito que era algo así como un tonel de petróleo con unas ruedas gigantescas. Casi no había papeleras que vaciar aunque la población no arrojaba cosas al suelo. Su escoba era digna de cualquier bruja de cuento de hadas. Había en los barrios niños que corrían desnudos. Sus pieles estaban llenas de roales, como de goterones. Nadie les hacía caso. Ni siquiera pedían.




En España estábamos en eso que se llamaba "la senda del crecimiento". Derrochábamos dinero a raudales, construíamos aeropuertos inútiles, celebrábamos acontecimientos deportivos carísimos. Nuestros líderes se vanagloriaban en el extranjero del milagro español. Sonreían a cámara con sonrisa profident. Éramos la perla de Europa y todo el mundo nos tenía envidia. Alguno llegó a decir que en un par de años adelantaríamos a Alemania.

Estamos en el año 2013. Han pasado al menos cinco años de crisis y el paisaje que vi en aquellos países llamados del este lo he visto ya en unos cuantos lugares de España. Forma parte de nuestras vidas, empieza a ser lo común y debería hacernos reflexionar un poco.


Fotografía de Rumanía: Wikipedia

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